Pág.05 La Monja y el Traficante.

NOTA: Pincha abajo

Un auto pasó a recogernos y me llevó al convento en donde todos me esperaban asustados y con rosarios en mano, mientras yo solo pensaba en un chocolate caliente con crema, usar mi pijama favorita y desconectarme con mi ipod. Mientras todos hacían preguntas yo francamente no tenía ganas de dar respuestas, solo deseaba dormir.

Una de las particularidades de mi habitación es que es la única con tina, así que no dudé en abrir el grifo y echarle unas gotitas de lavanda, perfumando todo el lugar. Me desvestí con la paciencia de un caracol y sumergí mi cuerpo en el agua caliente y sin darme cuenta me quedé dormida. Cuando desperté tenía los dedos arrugados por permanecer tanto tiempo bajo el agua, pero sentía una relajación enorme. Me vestí, tomé mi anhelado chocolate, contemplé por unos segundos la luna y volví a dormir. A la mañana siguiente no tenía deseos de despegarme de las sábanas y alegué que no me encontraba bien de salud y la incertidumbre me carcomía el alma al igual que los nervios por lo sucedido el día anterior.

Charles y yo estábamos planeando mudarnos a otra ciudad ya que le estaba yendo bien en su nuevo trabajo. Era un día perfecto, estábamos caminamos agarrados de manos y me encantaba ver como la luz del sol se colaba por los flamboyanes. Nos alcanzó el atardecer frente a la laguna cuando se escucharon unos disparos, el corazón me saltó a la boca. Charles se abalanzó sobre mi rápidamente cubriéndome y lanzándonos al suelo; una bala alcanzó a un ave que estaba en el lugar y momento equivocado.

[Nota: ahora pincha aqui. Música de fondo antes de seguir leyendo, para acompañar la lectura.

Empezamos a correr como locos y unos hombres con aspecto rudo iban detrás nuestro; todo tomó otro rumbo cuando el camino que elegimos para escapar terminaba en una bifurcación, no quería alejarme de él, pero Charles insistía en que estaría bien, que se escondería en la vieja rancheta abandonada y fue así que se despidió besándome melancólicamente, los hombres rudos nos alcanzaron y tuvimos que separarnos al tiempo que Charles me decía: «…el baño, no te olvides del baño.»

Corrí hasta donde mi adrenalina alborotada decidiera y llegué a la carretera, cuando escuché una explosión, me puse pálida, me sudaban las manos, la respiración comenzó a fallarme porque sabía de donde provenía. Fue entonces cuando mi mundo se vino cuestas a bajo y junto a el mis esperanzas e ilusiones.

Enlace Pág. 06 http://wp.me/p3baOg-eb

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